“Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a tus cristales,
jugando, llamarán.
Pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres…
ésas …. ¡no volverán !”
(Gustavo Adolfo Bécquer; Rima LIII)
¿Conmigo o contra mi?. Ni contigo, ni sin ti.
A día de hoy esta pregunta, y esta contestación, describen de forma gráfica los momentos actuales que estamos viviendo los que formamos parte del Club Basket Cartagena, un club llamado a ser el de mayores aspiraciones deportivas de nuestra ciudad, en lo que al mundo de la canasta se refiere, y que pasa por una situación absurdamente complicada, y claramente kafkiana.
Sabemos que tenemos que remar juntos, pero dejamos que reme el otro y además a las primeras de cambio nos pasamos a otro barco. Sabemos que somos pocos y necesitamos apoyarnos, pero nos encanta poner la zancadilla a los que dirigen. No somos rencorosos, pero nunca olvidamos. Somos cuatro y hay cinco opiniones distintas.
El CBC surge como el heredero del desaparecido CAB, es decir, del Club Amigos del Baloncesto Cartagena, con la clara intención de no cometer los errores de sus antecesores, pero después de casi 10 años, seguimos sin avanzar y esperando un momento que parece que nunca va a llegar.
Pues bien, andaba yo dandole vueltas al coco, de como personas que deberíamos querer lo mismo, acabamos vociferando descalificaciones contra el que tenemos al lado, y nos enzarzamos en crueles disputas que siempre suelen acabar con la frase “… y tu más”, igual que cuando de niños íbamos a la escuela y un compañero nos obsequiaba con algún insulto, hoy creo que lo llaman bullying, al que nosotros respondíamos para evitar pensar mucho con esa frasecita, que le devolvía el insulto al matón de turno.
Pues como os estaba diciendo, seguía yo cavilando, y aquello no parecía tener solución, llegar a un acuerdo entre las partes enfrentadas se me antojaba más difícil a que te piten un fuera de juego jugando al futbolín, cuando de repente mis neuronas que no encontraban por mucho que lo intentaran, una explicación lógica para el circo que se había montado, decidieron tomarse un respiro y me sumieron en un necesario sueño que me transportaba a un mundo donde lo vivido y lo irreal se mezclaban a partes iguales y creaban una original historia.
De repente vi un Palacio de los Deportes con forma de gota de mercurio en continuas obras, con una pista central donde los defectos de construcción hacían imposible botar el balón en el parquet, y que había tardado más tiempo en inaugurarse que en rebobinar la cinta del contestador automático del fugitivo. Pero por fin había llegado el día, en la reformada pista central del palacio formaban los dos equipos como paso previo a la presentación de los jugadores, y la afición local que llenaba a rebosar las gradas más inferiores del Palacio, rugía de forma ensordecedora cuando nombraban a los jugadores del “sebesé”. La afición rival, confinada en un rincón del anfiteatro, sentía una sana envidia que intentaban disimular con los cánticos habituales de ánimo a sus jugadores. En los prolegómenos del partido, unos minutos antes de la presentación de los jugadores, el equipo senior femenino del club había sido homenajeado por la afición y la directiva, por un nuevo título nacional logrado después de una campaña envidiable, disputando una final de infarto, que se había decidido por una canasta agónica de 3 puntos a falta de 2 segundos para el toque de la bocina final. Las jugadoras, todas de la cantera del club, eran un ejemplo de pundonor y sacrificio, donde las largas horas de entreno, comenzaban a dar un fruto que servía de ejemplo para todos los equipos de las categoría base del club.
El desayuno de aquel día, había sido rápido y ligero, intentando llenar el depósito pero aportando las calorías justas para llegar al final del partido con fuerzas, pero sin sobrepasar el límite que te puede provocar pesadez y molestias digestivas, que te impidan un buen rendimiento. Me había levantado muy temprano, y tras buscar en mi armario, había llenado la bolsa deportiva con mi equipación de reserva, junto con el champú, el peine y las chanclas de plástico, y esperaba impaciente que Nacho llamara al fonoporta para irnos juntos al Pabellón. Parecía que fue ayer cuando comenzamos a entrenar en una pista de cemento al aire libre, pero esta era ya nuestra novena temporada en el club, un tiempo que había pasado como un suspiro sin ser conscientes de todo lo que este deporte nos estaba dando en nuestra formación tanto personal como deportiva.
Mientras me ponía los calcetines y ataba los cordones de mis zapatillas, recordaba las habituales discusiones con mis padres después de los partidos que perdíamos, afirmando siempre lo bien que había jugado, y que el partido se había perdido como siempre por que Antonio, nuestro base, era además de un orgulloso y un egoísta que nunca me pasaba el balón, el ojito derecho del entrenador de turno. Si a todo ello le uníamos a unos ciegos e incompetentes árbitros, que les permiten todo al contrario, y que nos acribillan a personales, formaban un coctel perfecto que justificaban todas las derrotas.
Yo sabía que era el amor que me tenían mis padres el que les hacía afirmar aquellas peregrinas opiniones, y en el fondo sabía con certeza, que había sido el miedo a fallar y a veces el cansancio, la causa que me había hecho tomar con frecuencia la peor opción, incluso más de una vez había preferido arriesgar en un tiro desequilibrado que dar un pase a algún compañero con mejor posición que yo para anotar la canasta. Decidir en un segundo y confiar en tu instinto, no siempre es fácil, y la delgada línea que separa el éxito del más rotundo de los fracasos, suele ser muy delgada. No obstante, muchas veces esas opiniones de mis progenitores me reforzaban mi maltrecha autoestima, forjada a base de haber sufrido más derrotas de las necesarias.
Pocos minutos después volví a escuchar el ruido de las zapatillas de basket agarrándose a la tarima, que resonaban incansables durante el calentamiento del resto de nuestro equipo, y que rodeaban a la nueva pista del futurista palacio, de una esfera mágica que suele preceder y presagiar los grandes acontecimientos. Era el día esperado, aquel que todo soñamos, ya que ese partido podría cambiar de forma definitiva la marcha de una liga regular con muy malos augurios desde el inicio, pero que había comenzado a cambiar de rumbo en las últimas semanas, acercándonos a nuestros sueños más imposibles.
La marcha de algunos jugadores que se habían considerado hasta ahora claves, y que estaban llamados a ser la base de nuestro equipo, lejos de debilitar las en ese momento escasas fuerzas de nuestro grupo, habían sido como un revulsivo inesperado para todos que nos había reanimado, consiguiendo sacar el gran talento que muchos de mis compañeros llevaban dentro, y que hasta ese momento había estado dormido. Nacho y yo habíamos jugado juntos en aquel equipo desde niños y desde que nos alcanzaba la memoria, y aunque se presentaron varias ocasiones para hacerlo, nunca nos imaginamos abandonar estos colores que nos vieron crecer y convertirnos en jugadores de baloncesto, y probar fortuna en otros lares donde las victorias y los títulos son la norma y no la excepción …
Pese a la crisis del inicio de temporada, el premio a aquella abnegada resistencia, y fe en lo imposible, habían llevado a todo el equipo a comenzar a divertirse durante los entrenamientos y durante la disputa de los partidos más duros, y las victorias irremediablemente habían empezado a llegar. Aunque durante las primeras jornadas habíamos estado penúltimos en la clasificación, una increíble segunda vuelta, unido a una serie de carambolas en los resultados de los equipos que copaban los primeros puestos, nos habían permitido pasar de ser un equipo desahuciado al inicio de la temporada, a estar jugando una eliminatoria que nos podría permitir alcanzar la fase final por el título.
Un instante después, todo acababa, y me despertaba de este irreal sueño el sonido de un nuevo WhatsApp con el enlace de un periódico local, donde pude comprobar con tristeza que nada había cambiado, y que la situación actual sigue cubriendo de negro nubarrones el horizonte de nuestro futuro
Pero, ¿está el destino escrito?, ¿podemos cambiarlo?, ¿es el destino la consecuencia de nuestros miedos y frustraciones?, ¿el equipo campeón nace, o se hace?
No pretendo tener la respuesta a todas estas preguntas, quizás no las tengamos nadie, o quizás, simplemente, no existen respuestas, solo actitudes que hagan posibles nuestros sueños. Huyamos de las verdades absolutas y de los falsos profetas, luchemos por alcanzar nuestros sueños. No excluyamos a nadie, seamos conscientes de nuestros defectos y limitaciones y juguemos como equipo. Quizás, sólo entonces, podrían volver las oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer a llamar con sus alas de triunfos de antaño, a nuestro balcón.
Suerte para todos este fin de semana y que la fuerza nos acompañe.